martes, 4 de septiembre de 2018

Controlar la conciencia

Cómo me gustaría ser capaz de retener cada una de las palabras de este libro que acabo de terminar... desgraciadamente, mi capacidad de memorización no llega a eso, por esta razón he remarcado las partes más importantes, algunas de ellas ya reflejadas en un anterior post (https://serenidad-activa.blogspot.com/2017/11/es-un-buen-libro-aquel-que-se-abre-con.html).

La persona que me regaló este libro fue y sigue siendo alguien especial, de esas pocas que sí, regalan libros... pero además, y en todas las veces que lo hizo, sé que pensó especialmente en lo que me gustaría, me ayudaría... Y han sido los mejores regalos que he recibido.
Uno de ellos, como decía, es este libro "Fluir: Una psicología de la felicidad", de Mihaly Csikszentmihalyi (http://www.pursuit-of-happiness.org/history-of-happiness/mihaly-csikszentmihalyi/).

En la entrada en la que me referí a el concreté que "Si bien algunas veces cuesta seguir el hilo de las explicaciones, la mayor parte del tiempo esto no sucede. Habla de una manera bastante afable, sencilla y directa de esta sensación que a muchos nos ha acosado alguna vez: parece que en lugar de avanzar, retrocedemos, y que a pesar de que deberíamos sentirnos de lo más llenos y afortunados debido a la gran cantidad de descubrimientos y comodidades, en demasiadas ocasiones nuestros días se tornan pesarosos, rutinarios, tristes... llegando a preguntarnos qué sentido tiene, en realidad, todo.Bueno...encontrar una respuesta a eso es más bien difícil y ya entra dentro de un sistemas de creencias individual, pero sin penetrar en explicaciones de tipo teológicas este hombre consigue acercarnos a lo que podría ser la idea central para conseguir ser felices: vivir el presente tomando un control consciente de nuestra experiencia actual".

Bueno, como agradecimiento y con el interés de compartir el conocimiento y las reflexiones que me ha dejado este libro, vuelvo a hacer un copia-pega sólo algunas de las partes que más me llamaron la atención, intentando ser concreta, lo cual me cuesta y más teniendo tanto material de calidad:

"La conciencia es información intencionalmente ordenada. Esta seca definición, tan precisa como es, no sugiere en su totalidad la importancia que implica. Puesto que para nosotros los acontecimientos externos no existen a menos que seamos conscientes de ellos, la conciencia corresponde a la realidad tal y como la experimentamos subjetivamente (...) Podemos denominar intenciones a la fuerza que mantiene de forma ordenada a la información que se halla en la conciencia (...)  A menudo denominamos a la manifestación de la intencionalidad con otros nombres, tales como instinto, necesidad, impulso o deseo. Pero todos estos son términos explicativos, que nos dicen por qué las personas actuamos de un modo y no de otro. La intención es un término más neutral y descriptivo. No dice por qué una persona va a hacer alguna cosa, simplemente afirma que lo hace. 

" La atención es como la energía sin la cual no podemos trabajar en nada y que mientras trabajamos se disipa. Somos capaces de crearnos a nosotros mismos según cómo invirtamos esa energía. Los recuerdos, pensamientos y sentimientos están definidos por cómo la utilizamos. Y es una energía bajo nuestro control, para hacer con ella lo que nos guste; por ello la atención es la herramienta más importante en la tarea de mejorar la calidad de la experiencia".

"La personalidad es el elemento más importante de la conciencia en muchos aspectos, puesto que representa simbólicamente todos los demás contenidos de la conciencia y también el esquema de sus interrelaciones"

Y sucesivamente el autor desarrolla diferentes argumentos y explicaciones respecto al desorden de la conciencia que paraliza el flujo, llamado "entropía", cómo generar este flujo en todas las facetas de nuestra vida, gracias a los desafíos y meta, y termina el libro con las siguientes reflexiones, las cuales me han fascinado:

La respuesta al viejo acertijo «¿cuál es el significado de la vida?» se convierte en algo sorprendentemente simple. El significado de la vida es significado: sea lo que sea, venga de donde venga, tener un propósito unificado es lo que da significado a la vida.

No es suficiente encontrar un propósito que unifique las metas propias; también hay que llevarlo al terreno práctico y enfrentarse a sus desafíos.

El propósito da dirección a los propios esfuerzos, pero no hace necesariamente la vida más fácil. Las metas pueden conducir a todo tipo de problemas, hasta el punto de que uno se sienta tentado a abandonar y encontrar algún guión menos exigente para poder ordenar sus acciones. El precio que uno paga por cambiar las metas cuando los obstáculos las amenazan es que aunque uno pueda lograr una vida más amena y cómoda, es probable que acabe por sentirse vacío y sin significado. 

Las metas justifican el esfuerzo que exigen al principio, pero luego será el esfuerzo el que justifique la meta. Uno se casa porque el cónyuge parece digno de compartir nuestra vida con él, pero a menos que uno se comporte como si esto fuese cierto, la asociación perderá valor con el tiempo.

Si lo tomamos todo en consideración, no puede decirse que el género humano haya carecido de coraje para respaldar sus resoluciones. Miles de millones de padres, en todas las épocas y en todas las culturas, se han sacrificado por sus hijos y, gracias a esto, la vida ha sido más significativa para ellos mismos. Probablemente tanto como los que han dedicado todas sus energías a conservar sus campos y su ganado. Otros millones más lo han entregado todo en aras de su religión, su país o su arte. Para quienes lo han hecho de forma coherente, a pesar del dolor y del fracaso, la vida como una totalidad tuvo una oportunidad para convertirse en un episodio extendido de flujo: un conjunto de experiencias enfocado, concentrado e internamente coherente que, gracias a su orden interno, sentían que tenía significado y que era agradable.

 Pero como la complejidad de la cultura evoluciona, se vuelve más difícil lograr este grado de resolución total. Hay simplemente demasiadas metas que compiten por ser la más importante, y ¿quién dice que valen que se les dedique toda una vida? 

La movilidad nos ha liberado de estar atados a nuestros lugares de nacimiento: no hay razones para implicarse en la comunidad de donde uno proviene, para identificarse con el lugar de nuestro nacimiento. Si el pasto parece más verde al otro lado de la cerca, nosotros simplemente nos vamos al otro campo (¿qué te parece abrir un restaurante en Australia?). Los estilos de vida y las religiones son elecciones que fácilmente cambiamos. En el pasado un cazador era cazador hasta que se moría, un herrero pasaba la vida perfeccionando su arte. Ahora podemos desprendernos de nuestras identidades ocupacionales a voluntad: nadie necesita seguir siendo un contable para siempre. 

La riqueza de opciones que hoy tenemos a nuestro alcance ha extendido la libertad personal hasta un grado inconcebible hace cien años. Pero la consecuencia inevitable de poder realizar tantas elecciones atractivas es la incertidumbre de propósito; la incertidumbre, a su vez, mina la resolución y, al carecer de resolución, acabamos por desvalorizar la elección. Por lo tanto, la libertad no necesariamente ayuda a encontrarle significado a la vida, más bien sucede lo contrario. 


Pero entre tanto, ¿cómo hacemos para saber dónde invertir nuestra energía psíquica? Nadie allí fuera nos dirá: «aquí tiene una meta que vale la pena dedicarle toda una vida». Porque no existe la certeza absoluta, cada persona debe descubrir su propio propósito definitivo. Mediante ensayo y error, cultivando intensamente nuestros intereses podemos desentrañar la madeja de las metas contradictorias, y escoger la que dé propósito a nuestra acción. El conocimiento de sí mismo –un antiguo remedio tan viejo que fácilmente olvidamos su valor– es el proceso mediante el cual uno puede organizar las distintas opciones. «Conócete a ti mismo» estaba escrito sobre la entrada al oráculo de Delfos, y desde siempre incalculables epigramas piadosos han ensalzado su virtud. La razón por la que encontramos tantas veces repetido el consejo es que funciona. Sin embargo, cada generación necesita redescubrir lo que estas palabras significan, lo que el consejo realmente implica para cada individuo. Y para convertirlo en algo útil debemos expresarlo desde el punto de vista del conocimiento actual y prever un método contemporáneo para su aplicación. El conflicto interior es el resultado de la lucha que se establece para obtener la atención. 

Demasiados deseos, demasiadas metas incompatibles pugnan para conducir la energía psíquica hacia sus propios fines, por lo que la única manera de reducir el conflicto es determinar qué es lo esencial y qué no lo es, y arbitrar prioridades entre las metas que permanezcan. Hay básicamente dos maneras de realizar esto: lo que los antiguos llamaron la vita activa, una vida de acción, y la vita contemplativa, o el camino de la reflexión. Una persona que está inmersa en la vita activa, logra flujo mediante la involucración total en los desafíos externos concretos. 

Ya se practique, en el diván del psicoanalista, donde los deseos reprimidos se reintegran laboriosamente al resto de la conciencia, o bien se lleve a cabo tan metódicamente como en el examen de conciencia de los jesuitas, que requiere revisar las propias acciones una o más veces al día para verificar si lo que uno ha hecho en las últimas horas está conforme con nuestras metas a largo plazo, podemos buscar el conocimiento de nosotros mismos de innumerables maneras, y cada una de ellas, potencialmente, nos conduce a una mayor armonía interior. Idealmente la actividad y la reflexión deberían complementarse y apoyarse entre sí. La acción por sí misma es ciega; la reflexión es impotente. Antes de invertir grandes cantidades de energía en una meta, vale la pena hacerse esta pregunta fundamental: ¿esto es algo que yo realmente quiero hacer?, ¿es algo con lo que disfruto haciéndolo?, ¿lo disfrutaré probablemente en el futuro?, ¿el precio que yo –y los demás– tendrán que pagar por ello, vale la pena?, ¿seré capaz de vivir conmigo mismo si lo logro? 


La consecuencia de forjar la vida mediante el propósito y la resolución es un sentimiento de armonía interior, un orden dinámico en los contenidos de la conciencia. Pero podríamos argumentar, ¿por qué debe ser tan difícil lograr este orden interior?, ¿por qué debemos luchar tan duramente para hacer de la vida una experiencia coherente de flujo?, ¿no nacen las personas en paz consigo mismas, no está naturalmente ordenada la naturaleza humana? La condición original de los seres humanos, con anterioridad al desarrollo de una conciencia autorreflexiva, debe haber sido un estado de paz interior sólo perturbado por mareas de hambre, sexualidad, dolor y peligro. Las formas de entropía psíquica que actualmente nos causan tanta angustia –los deseos incumplidos, las expectativas que nos desilusionaron, la soledad, la frustración, la inquietud, la culpabilidad– probablemente han sido invasores recientes de la mente. Son los subproductos del aumento tremendo en complejidad de la corteza cerebral y del enriquecimiento simbólico de la cultura. Ellos son el lado oscuro de la aparición de la conciencia. Si interpretamos las vidas de los animales desde un punto de vista humano, llegaríamos a la conclusión de que están en flujo la mayoría del tiempo porque su percepción de lo que deben hacer generalmente coincide con lo que están dispuestos a hacer. Cuando un león siente hambre, comenzará a gruñir y buscará una presa hasta que su hambre esté satisfecha; después se tumbará al sol, soñando lo que los leones sueñan. No hay razón para creer que sufre por tener ambiciones no satisfechas, o que está abrumado por las responsabilidades. Las habilidades de los animales se equiparan siempre a las demandas concretas porque sus mentes únicamente contienen la información acerca de lo que está realmente presente en el ambiente en relación a sus estados corporales, determinados por el instinto. Por lo tanto, un león hambriento únicamente percibe lo que le ayudará a encontrar una gacela, mientras que un león saciado se concentra totalmente en la calidez del sol. Su mente no sopesa posibilidades que no están a su alcance en ese momento; ni imagina alternativas más placenteras, ni es perturbado por el temor al fracaso. Los animales sufren, así como nosotros sufrimos, cuando se frustran sus metas biológicamente programadas. Sienten los dolores del hambre, del dolor y de la insatisfacción de sus impulsos sexuales. Los perros criados para ser los amigos del hombre se sienten angustiados cuando sus dueños se van y les dejan solos. Pero los animales, a excepción del hombre, no son la causa de sus propios sufrimientos, ellos no han evolucionado lo suficiente para ser capaces de sentirse confusos y desesperados incluso después de que todas sus necesidades estén satisfechas. Cuando están libres de los conflictos externamente inducidos, se sienten en armonía con ellos mismos y experimentan la concentración sutil que en las personas nosotros llamamos flujo. La entropía psíquica peculiar de la condición humana implica ver más cosas que realizar de las que uno puede realmente cumplir, y sentirse capaz de cumplir más de lo que las condiciones permiten. Pero esto sólo es posible si uno tiene en cuenta más de una meta a la vez, siendo consciente al mismo tiempo de los deseos en conflicto. Puede suceder únicamente cuando la mente no sólo sabe lo que es sino también lo que podría ser. Cuanto más complejo sea cualquier sistema, más espacio deja abierto para las alternativas y más cosas pueden ir mal. Esto seguramente es aplicable a la evolución de la mente: como ha aumentado su poder para manejar información, la potencialidad para el conflicto interior también ha aumentado. 

Cuando hay demasiadas demandas, opciones, desafíos, nos ponemos ansiosos; cuando hay pocos, nos sentimos aburridos. Para seguir con la analogía evolutiva, y para extenderla desde la evolución biológica a la social, probablemente sea cierto que en las culturas menos desarrolladas, donde el número y complejidad de papeles sociales, de metas alternativas y de cursos de acción son insignificantes, las oportunidades para experimentar flujo son mayores. El mito del “buen salvaje” está basado en la observación. Cuando los pueblos de culturas preliterarias están libres de las amenazas externas, frecuentemente muestran una serenidad que parece envidiable al visitante de una cultura más diferenciada. Pero el mito sólo cuenta la mitad de la historia: cuando el “salvaje” está hambriento o herido no es más feliz de lo que nosotros seríamos en las mismas condiciones; y él puede estar hambriento o enfermo más a menudo que nosotros. La armonía interior de las personas tecnológicamente menos avanzadas es el lado positivo de sus elecciones limitadas y de su estable repertorio de habilidades, así como la confusión en nuestra alma es la consecuencia necesaria de disponer de oportunidades ilimitadas y de poder perfeccionarnos constantemente. Goethe representó este dilema en el pacto que el doctor Fausto, el arquetipo del hombre moderno, hizo con Mefistófeles: el buen doctor ganó conciencia y poder, pero al precio de introducir la desarmonía en su alma. No hay necesidad de visitar tierras lejanas para ver cómo el flujo puede ser una parte natural de la vida. Cada niño, antes de que su conciencia de sí mismo empiece a interferir, actúa espontáneamente con entrega total y con participación plena. El aburrimiento es algo que los niños tienen que aprender a la fuerza, como respuesta a elecciones artificialmente restringidas. De nuevo hemos de afirmar que esto no significa que los niños estén siempre felices. Los padres crueles o descuidados, la pobreza y la enfermedad, los accidentes inevitables hacen que los niños sufran intensamente. Pero un niño rara vez está triste sin una buena razón. 



Es comprensible que las personas sientan tanta nostalgia por sus años de infancia; al igual que el Iván Ilich de Tolstoi, muchos sienten que la serenidad de la niñez, la participación total en el aquí y el ahora, son cada vez más difíciles de retener con el paso de los años. Cuando sólo somos capaces de imaginarnos unas pocas oportunidades y unas pocas posibilidades, es relativamente fácil lograr la armonía. Los deseos son simples, las elecciones claras. Hay poco lugar para el conflicto y ninguna necesidad de llegar a compromisos. Éste es el orden de los sistemas sencillos, un orden ocasionado por la falta de oportunidades, si queremos llamarlo así. Es una armonía frágil; paso a paso, con el aumento de complejidad, las oportunidades de que el sistema genere entropía internamente también aumentan. Podemos aislar muchos factores para explicar por qué la conciencia aumenta su complejidad. En el ámbito de las especies, la evolución biológica del sistema nervioso central es una de las causas. Al no estar dirigida enteramente por los instintos y los reflejos, la mente se dota con la dudosa bendición de la elección. 

En el ámbito de la historia humana, el desarrollo de la cultura –de los idiomas, de los sistemas de creencias, de las tecnologías– es otra razón por la que los contenidos de la mente se diferencian cada vez más. Cuando los sistemas sociales evolucionan y las tribus cazadoras dispersas se apiñan en ciudades, surgen roles sociales más especializados que frecuentemente requieren acciones y pensamientos opuestos en una misma persona. Cada hombre deja de ser un cazador que compartía habilidades e intereses con los demás hombres. El granjero y el molinero, el sacerdote y el soldado ven el mundo de manera diferente cada uno. No hay una única manera correcta de comportarse, y cada rol requiere habilidades diferentes. Dentro de la vida individual también sucede: con la edad cada persona se enfrenta a metas cada vez más contradictorias, a oportunidades incompatibles para la acción. Las opciones de un niño son normalmente pocas y coherentes; con cada año que pasa, aumentan. La claridad anterior que hizo posible el flujo espontáneo se oscurece por una cacofonía de valores dispares, creencias, elecciones y comportamientos. Pocos argumentarían que una conciencia más simple, aunque sea más armoniosa, es preferible a una más compleja. Aunque podamos admirar la serenidad del león en el descanso, el indígena sin preocupaciones que acepta su destino o el niño totalmente entregado al presente, no pueden ofrecernos un modelo para resolver nuestro problema. El orden basado en la inocencia está ahora más allá de nuestro alcance. Una vez que la fruta ha sido arrancada del árbol del conocimiento, el camino de regreso al edén está cerrado para siempre.

En vez de aceptar la unidad de propósito que nos ofrecen las instrucciones genéticas o las reglas de la sociedad, nuestro desafío es crear armonía basándonos en la razón y la elección. Filósofos como Heidegger, Sartre y Merleau-Ponty han reconocido esta tarea de hombre moderno llamándola el proyecto, que es el término que emplean para las acciones orientadas a la consecución de metas que ofrecen dar forma y significado a la vida de un individuo. Los psicólogos han usado términos como los afanes propios o los temas vitales. En cada caso, estos conceptos identifican un conjunto de metas vinculado a una meta definitiva que da importancia a todo lo que hace esta persona. El tema vital, como un juego que prescribe las reglas y las acciones que hay que seguir para experimentar flujo, identifica qué hará agradable la existencia. Con un tema vital, todo lo que sucede tendrá un significado (no necesariamente un significado positivo, pero un significado de todos modos). Si una persona destina todas sus energías a conseguir unos millones de dólares antes de llegar a los 30 años, cualquier suceso es un paso hacia adelante o hacia atrás de esta meta. La retroalimentación clara la mantendrá implicada en sus acciones. Aun cuando pierda todo su dinero, sus pensamientos y sus acciones están ligadas por un propósito común y se vivirán como algo útil. De forma parecida, una persona que decide que encontrar una cura para el cáncer es lo que quiere lograr por encima de todo lo demás, normalmente sabrá si está más cerca de la meta o no, y en ambos casos lo que deberá hacer está claro, y cualquier cosa que haga tendrá sentido. Cuando la energía psíquica de una persona se une a un tema vital, la conciencia logra estar en armonía. Pero no todos los temas vitales son igualmente productivos. 

Los filósofos existenciales distinguen entre proyectos auténticos e inauténticos. El primer tipo describe el tema de una persona que se da cuenta de que es libre de elegir y toma una decisión personal basándose en una evaluación racional de su experiencia. No importa cuál sea la elección, mientras sea una expresión de lo que la persona auténticamente siente y cree. Los proyectos inauténticos son los que una persona escoge porque siente que debe hacerlo, porque son los que todos los demás hacen y, por lo tanto, no hay alternativa. Los proyectos auténticos están motivados intrínsecamente, se eligen por lo que valen en sí mismos; los inauténticos están motivados por fuerzas externas. Una distinción similar existe entre los temas vitales descubiertos, cuando una persona escribe el guión de sus acciones extrayéndolo de su experiencia personal y de su libertad de elección, y los temas vitales aceptados, cuando una persona simplemente acepta el papel predeterminado de un guión escrito hace muchos años por los demás. 


Elena Delgado

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