Anoche entablé una conversación de lo más interesante donde salío a relucir la pregunta del título de esta entrada... ¿es malo el egoísmo?
Yo pensaba que SI, desde luego, sin lugar a dudas, a quién se le puede ocurrir cuestionar esto, etc... pues bueno, aquí viene como siempre mi querido Jorge Bucay (https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_Bucay) a desmontar argumentos y a dar un giro de tuerca a todo lo preestablecido.
Os dejo un fragmento de uno de sus libros, titulado "De la autoestima al egoismo", donde se han transcrito varias de sus charlas en grupo, de ahí el formato de diálogo.
Espero que lo disfrutéis y os haga plantearos qué es el egoísmo...
PD: Es un poco largo, pero de este hombre poco se puede desechar...
(...)Pensar que esta
inalterabilidad de la estructura de personalidad me impide cambiar es, en
muchos casos, sólo una excusa. Me refiero a aquellos que dicen: “Y qué, yo nací
así...”; me refiero a los otros, que esgrimen sus infancias lúgubres de padres
siniestros; hablo de todos los que encuentran en esa confusión un argumento más
para justificar sus conductas miserables con el afuera. Es probable que muchos
de nosotros no hayamos recibido de nuestros padres suficiente valoración, aceptación, autonomía,
respeto, orgullo o reconocimiento.
Hay que considerar que, muchas
veces, los padres están ocupados en cosas importantes. Esto no es una ironía,
están ocupados, por ejemplo, en buscar dinero para darnos de comer, y por este
motivo descuidan algunos de aquellos aspectos. Esto es entendible, aunque
muchas veces no nos alcance con la comprensión. Pero entonces no nos dieron ese
reconocimiento, ¿estamos perdidos?
Si la autoestima depende, en principio, del
cuidado y de la valoración de nuestros padres, parecería que, si ellos nos
descuidaron en ese sentido, realmente estamos perdidos. Pero no, no lo estamos, porque si uno no ha
recibido ese mensaje, puede aprenderlo más adelante. De manera que aquel
aprendizaje que no se hizo en la infancia, puede y debe realizarse después. Es
más, no hay ningún problema en que así sea. Eso sí, voy a tener que ser yo el
que busque los lugares dónde encontrarme valioso, aceptado, autónomo,
respetado, orgulloso y reconocido, para poder adquirir, a partir de allí, la
conciencia de mi propio valor”.
“Hay dos mecanismos por los
cuales se enseña la autoestima a los hijos. Uno, el clásico, que nuestros
padres nos hayan sabido y podido aportar aquella atención y cuidados que
enumeramos a partir de la palabra VALOR. Y el otro, más sutil pero tan
determinante como el primero, el modelo a imitar que los padres muestran a sus
hijos.
La autoestima por imitación se aprende viendo la autoestima que mis
padres tienen por sí mismos. Es
decir, mis padres pueden darme todo lo que enumeramos hasta ahora, pero si
ellos no se sienten valiosos, si no se aceptan verdaderamente, si no se sienten
libres, si no son capaces de ponernos límites, si no están orgullosos de ser
quienes son, ni son capaces de recibir lo bueno de la vida, si ellos, en fin,
no tienen un buen caudal de autoestima, entonces yo no aprendo nada.
Yo aprendo
la autoestima no sólo por ser es timado, sino porque quien me estima se estima,
se sabe valioso. Es decir, para que alguien pueda valorarse, es necesario que
sienta no sólo que el otro lo valora sino, además, que ese otro se valora a sí
mismo. ¿De qué me sirve ser valioso para alguien que no se siente valioso?”.
“Hay que entender que uno
está de paso. Suponer que sólo puedo evaluarme con base en lo que consigo es
una postura de la cultura del consumo y, lamentablemente conduce a forzar la
falsa creencia de que sólo puedo sentirme valioso si he demostrado que valgo en
relación a ciertas pautas sociales. Eso no es libertad, es justamente lo
contrario. No hace falta, pues, ser de ninguna manera determinada, y menos aún
determinada por el afuera. Lo único que hace falta es ser, que es muy
distinto”.
“En consecuencia, egoísmo,
desde el punto de vista etimológico, significa un amor por el yo que hace a esa
persona preferirse por sobre las demás. Esto requiere un amor, quizá muy
grande, por uno mismo. ¿Y por qué sería malo esto? ¿Por qué sería malo quererme
muchísimo a mí mismo?
CHÁVELA: Porque si uno se
quiere mucho a sí mismo no tiene espacio para querer a los otros.
J. B. (Alegremente.): ¡Ahí
está! Eso es lo que iba a decir. Chávela siempre me ayuda. Si no hubiera estado
hoy acá yo no sé cómo habría llegado a todas estas cosas. Pobre Chávela,
siempre te toca que yo tome lo que dices para argumentar todo lo contrario...
Pero bueno, ésa es una de las consecuencias de estar acá y de participar. Me
parece muy bien, para eso uno dice “diecisiete”. Pues bien, si yo me quiero
mucho a mí mismo —dice la gente por ahí, no lo dice sólo Chávela— no me queda
espacio para querer a los demás. Si yo me veo a mí mismo, no dejo lugar para
ver alos demás. De este modo, el problema parece no estar en que uno se quiera
—en esto estamos de acuerdo— sino en la medida.
SEÑORA QUE CUCHICHEA: El problema es el amor
desmedido.
J. B. (Entusiasmado.): ¡Eso! Me quiero tanto,
tanto, tanto, que no me queda espacio para querer a los demás. Dicho así, uno
entiende por qué el egoísmo es una cosa tan mala. Pues, sin duda, sabemos que
no es bueno para nosotros ni para la humanidad quedarnos centrados con
exclusividad sobre nosotros mismos; sabemos que el ser humano es un ser social
y, por lo tanto, que este lugar no nos sirve... (Al público.) ¿Estamos de
acuerdo?
PÚBLICO EN GENERAL (Voces aisladas.): Sí, sí...
J. B.: Ahora faltaría saber si es cierto que
si uno se quiere mucho a sí mismo no puede querer a los de más.En principio, les
cuento que ésta es una idea graciosa. Porque supone que existe una capacidad de
amar limitada, por ejemplo, 11.28 unidades internacionales de amor. Entonces,
si uno pone las 11.28 unidades sobre uno mismo, ¿no le queda espacio para
querer a los demás? ¿Qué es nuestra capacidad de amar? ¿Un barril? Cuando uno
ya tiene un hijo y luego tiene otro, ¿tiene que dejar de querer al primero para
empezar a querer al más chico? ¿De dónde se saca más capacidad de amar a un
segundo hijo, a nuevos amigos o a la gente nueva de un grupo? ¿De dónde saco
capacidad para amar a otros una vez que amo mucho a una persona? ¿Qué quiere
decir, que si quiero mucho a mi esposa no puedo querer a ninguna otra persona
en el universo porque la quiero mucho a ella? En verdad, no es así.
Nuestra
capacidad de amar, por suerte, no funciona de esta manera. No es cierto que
alguien “no pueda querer a los demás” porque se quiera mucho a sí mismo. El
motivo no pasa por ahí. Alguien puede no querer a los demás por ser un
antisocial, un negado, un resentido, pero nunca por ser egoísta.No es por
quererse mucho a sí mismo que alguien no quiere a los demás. En todo caso, el
problema será averiguar por qué esa persona no puede tener esos sentimientos.
Alguien mencionó antes el orgullo como un lugar peligroso. Yo les diría que lo
realmente peligroso es hacerle creer a la gente —sobre todo a los niños— que la
razón de que alguien no quiera a los demás es que se quiere a sí mismo. Ante
todo porque es falso, y después, porque es justamente al revés. De hecho,
sabemos hoy que realmente es posible llegar a querer a otros queriéndose antes.
No hay ningún amor por el otro que no empiece en el amor que uno se tiene a sí
mismo. Aquel que no se quiera, no puede querer a nadie. El amor por el otro
proviene de la propia capacidad de amar, que comienza con la capacidad de
amarse a sí mismo. Quien dice que quiere mucho a los demás y poco a sí mismo,
miente. O es mentira que quiere mucho a los demás, o es mentira que no se
quiere mucho a sí mismo. Por lo tanto, los invito a renegar de esa idea
definitivamente. Renegar de la idea de que si uno se quiere mucho no le queda
amor para querer a otro. En todo caso, el egoísmo se define por el hecho de
quererse a uno mismo por sobre los demás. Y ésta es, entonces, la definición
que yo propongo establecer hoy para egoísta: Es egoísmo aquel que se prefiere a
sí mismo antes que a los demás.
SEÑORA QUE CUCHICHEA:
¿Siempre?
J. B.: Siempre.
MUJER QUE ESTUVO EN OTRA CHARLA: Excepto con
los hijos.
J. B.: Absolutamente, Susana,
excepto con los hijos; porque los hijos son una excepción. Yo digo simplemente
que hay 2,835 libros de psicología que hablan de las relaciones entre las
personas y otros 2,835 que hablan de la relación entre los padres y los hijos,
y la mayor parte de las veces estos libros dicen todo lo contrario de aquéllos.
Ya nos reuniremos otro día para hablar sobre la relación con los hijos; por
ahora bastará saber que no hablo de ellos sino de la relación con todos los
demás, con los otros. Los hijos no son “los otros” para los 24 padres; porque
son vividos como si fueran uno mismo. Piensen en todas las otras relaciones, no
con los hijos. Aclaro —antes de que aparezca la pregunta—: la relación con los
hijos es maravillosa, pero la relación con los padres es una más.
Nuestros
hijos “son especiales para nosotros, pero nosotros no somos tan especiales para
ellos. En pocas palabras, la relación de incondicionalidad amorosa que tenemos
con nuestros hijos, ellos son capaces de sentirla, pero la sentirán para con
sus propios hijos, no con nosotros. Esto es de arriba hacia abajo, no de abajo
hacia arriba; no es reversible. Los hijos no pueden sentir dicha
incondicionalidad por los padres, entre otras cosas porque la tienen que
reservar para el vínculo con sus hijos.
Me interesa subrayar la idea de que
aquel que es egoísta no lo es porque se quiere tanto a sí mismo que no le queda
espacio para querer a los demás. Repito: egoísta es aquel que siempre – no de
vez en cuando, sino siempre— .se prefiere a sí mismo antes que a los demás.Y ahora viene la pregunta del millón de dólares. Esto (señala la
frase inscrita en el rota folios) es ser egoísta... (gritando, con despecho).
¡¿Y qué?! ¿Es malo preferirse a uno mismo, siempre, antes que a los demás?
Olvídense de los hijos, ¿estará mal? Yo me sorprendo cuando la gente se enoja
por este tema. ¿Qué se supone? ¿Que si yo discuto con alguno de ustedes en este
momento tengo que preferirlos a ustedes antes que a mí? ¿Alguien en esta sala
puede creer que yo puedo querer alguien de aquí más de lo que me quiero a mi
mismo? Sería absolutamente absurdo.
Cuando yo me relaciono con mi esposa,
a quien quiero más que a ninguna otra persona en el mundo, ¿significa esto que
la tengo que querer a ella más que a mí? Piensen. ¿Por qué estoy con ella?
Estoy con ella, en realidad, porque sé de nuestra relación, porque sé lo que
hace en mí el amor que siento por ella, no por lo que le hace a ella. Yo no
estoy con ella para hacerle un favor. No lo hago por ella; estoy con ella por
mí.
Estar con el otro por el otro,
pensar que la grandeza de ese amor implica en buenos términos el sacrificio de
renunciar a uno mismo, es una idea siniestra. Me refiero a aquellas personas
que dicen, por ejemplo: “Porque esto lo hago por ti, quiero que sepas que lo
hago por ti”. ¿Saben qué hace la persona que dice eso? Agarra una libreta y
anota, para poder pasarle una factura después: “10 de octubre de 1998, fui a
ver la charla del idiota ese, y fui por ti, así que me debes una”. Y “me debes
una” significa: “La próxima vez que yo quiera que vayas a un lugar donde tú no
quieres ir tienes que venir de todas maneras porque yo fui aquel día a la
charla de ese tarado”.
PÚBLICO EN GENERAL: (Risas.)
J. B.: Cuidado con estos
manejos. A mi juicio, cada uno de ustedes debería transitar el espacio mejor de
la autoestima y el egoísmo, que implica preferirse por encima de los otros.
Alguien podría preguntar, dentro de este razonamiento, qué lugar ocupa la
solidaridad. Porque es indudable que la solidaridad es importante. Y la
pregunta sería correcta, porque la idea de solidaridad no es tan lejana a la de
egoísmo como se supone. Cuando definíamos egoísmo, Carlos dijo que era lo
contrario de altruismo. Dijiste eso, ¿verdad?
JOSÉ: Si, pero no soy Carlos, soy José.
J. B.: Ah... José. ¿Quién es Carlos?
ESTUDIANTE DE PRIMERA FILA:
YO.
J. B.: Carlos, ¿no crees que el egoísmo se
puede definir como lo contrario de altruismo?
CARLOS (Dubitativo.): ...Sí.
J. B.: Bien, como decía yo. Carlos dijo que
egoísmo era lo contrario de altruismo, después José lo puso en palabras.
PÚBLICO EN GENERAL: (RÍSAS.)
J. B.: En efecto, altruismo
—esto es, ahora lo sabemos, preferir al otro antes que a mí— sería lo contrario
de egoísmo. Y, por supuesto, yo lo considero enfermizo y sostengo, además, que
no es necesario ser altruista para ser solidario, por lo menos cuando uno es un
adulto sano. Hay dos etapas en la vida de un individuo que yo,
esquemáticamente, las llamo de ida y de vuelta. Para estar de vuelta hace falta
haber ido, haber pasado por cierta experiencia. Uno sabe cuándo realmente está
de vuelta, pero se puede ir dando cuenta. Mamerto Menapache, el sacerdote
cordobés, dice que cuando alguien de dieciocho años afirma que “está de vuelta
piensa: “No debe haber llegado muy lejos...”
EGOÍSTA: SIEMPRE SE PREFIERE A SI MISMO ANTES
QUE A LOS DEMÁS
PÚBLICO EN GENERAL: (RISAS.)
J. B.: Hace falta cierto
tiempo— vivido para darse cuenta de esa vuelta. Cuando yo estoy de ida, por
supuesto si soy un buen tipo, creo que hay que ser solidario. ¿Y por qué creo
esto? Porque pienso cosas como éstas: “Yo podría ser ése que sufre...mañana,
cuando yo sufra, otro debe pensar en mí y ayudarme”, “Me siento culpable si no
ayuda esto es (señalando hacia arriba con el dedo) lo que me enseñaron mis
padres”, “Me da miedo el castigo que voy a recibir del jefe si no ayudo y si no
soy solidario”, etcétera. Éstas son las razones que tengo. Y esas mismas
razones son egoístas. Porque, como es obvio, termino siendo solidario por mi
mismo. Soy yo el que se sentiría mal si no lo hiciera; no son razones referidas
al otro. Pero hay un momento en el que uno se da cuenta de la verdadera
relación y el verdadero lugar que tiene en el mundo, pega la vuelta y se
regresa - como todos los héroes mitológicos, uno también regresa. Y cuando
vuelve, le pasa algo de lo más maravilloso que le puede pasar a una persona.
Uno “descubre” finalmente el placer que se siente al hacer algo por alguien,
por alguien que uno quiere o por alguien que uno ni conoce. Descubro, por fin,
el profundo placer que me produce a mí mismo hacer algo por otra persona. Entonces,
comprendo el valor que tiene ser egoísta, y digo: “Yo soy tan egoísta, que como
me da tanto placer ayudarte, te voy ayudar. Porque yo quiero,
porque a mí me da placer”.
Los hawaianos tienen un idioma con muchas menos
palabras que las nuestras. Una de ellas, la que se usa para agradecerle a otro,
es la palabra majal, que quiere decir te agradezco mucho. Y para responder a
ese agradecimiento tiene una palabra —como nuestro “de nada”—, y esa palabra
también es majal. Cuento esto porque, en el contexto de ese lenguaje, está
queriendo significar muy claramente que cuando uno hace algo por alguien,
también es uno el que agradece al otro haberle permitido hacer algo por él. Es
decir que también es uno el que disfruta el placer de haber podido ayudar a
alguien. Majal/Majal significa te agradezco que me hayas ayudado/te agradezco
que me hayas dejado ayudarte. — Porque, en última instancia, en este proceso
donde uno ayuda a otro, los dos ganan. Pensar que si alguien ayuda a otra
persona renuncia pierde algo, o pensar que para poder ayuda a otro hay que
sacrificarse, son ideas siniestras, conducen, lo que es peor aún, a concebir el
amor en términos de sacrificio. El amor, justamente, es todo lo contrario, el
amor consiste en no vivir sacrificadamente. Hay que tener en cuenta aquellas
cosas que uno hace con el amor. El amor consiste no vivir sacrificadamente. Hay
que tener en cuenta aquellas cosas que hace con el amor. El amor consiste en
que uno pueda disfrutar de aquellas cosas que hace por el otro egoístamente,
porque se prefiere a a sí mismo antes que al otro. Y porque alguien se prefiere
a sí mismo decide hacer determinadas cosas por el otro. Incluso es esto lo que
al otro más le puede servir.
La única ayuda que no genera deuda es la ayuda
dada por el placer de ayudar.
Créanlo o no, no hay nadie en
la vida de ustedes que sea más importante que ustedes. Alguno podrá decirme:
“Pero, doctor,.. ¿Y la virtud? ¿Y la doctrina social, y la Iglesia, y el
judaísmo, y el Islam, que dicen: Amaras a tu prójimo como a ti mismo? ¿Qué?”.
Pues bien, dice “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, no dice “más que a ti
mismo”. ¿Saben por qué no dice más? Porque ese concepto remite a la idea de
excelencia, de máxima perfección, no a lo cotidiano. Ese lema señala lo que hay
que lograr, lo máximo que un individuo puede sentir. Hacia allá nos dirigimos.
Pero la sabiduría de nuestros ancestros de muestra que ellos ya sabían que esto
era una idea. Y que, en realidad, el parámetro de la medida se apoya en lo que
uno es capaz de querer se a si mismo. Y después, intentar, hacer lo posible,
trabajar, para ver si se puede llegar a querer al otro como a uno mismo. Y esto
nos lleva por última vez a mi asistente personal en esta charla: ¡Chávela!
PÚBLICO EN GENERAL: (Risas.)
J. B.: Porque Chávela dijo, allá y entonces,
que el egoísta cree que todo gira alrededor de él; cree que él es el centro del
mundo. El egoísta —aseguraba Chávela hace un rato— es un egocéntrico. (A
Chávela.) Y yo odio decirte esto, Chávela, pero... ¡Estoy de acuerdo!
(Irónico.) Nada me molesta más que arruinar un profundo desacuerdo con algún
acuerdo ocasional...
PÚBLICO EN GENERAL: (RÍSAS.)
J. B.: Sin embargo, es
necesario que antes de terminar diferenciemos el egocentrismo de la egolatría.
Egocentrismo es sentirse el centro del mundo. Y, en verdad, tampoco considero
que esto sea malo. Porque uno es el centro del mundo, pero ¿de qué mundo?
Atención, del mundo que uno habita, de su mundo. Entendámoslo así: el mundo de
tu todas las cosas que quiero y conozco tiene centro en mí, y el mundo de todas
las cosas de Chávela tiene centro en Chávela. Esto es, cada uno de nosotros es
el centro del mundo en el que vive, y todas las cosas que pasan alrededor de
uno pasan necesariamente por uno.
Egolatría es otra cosa. Egolatría es creerse que uno es el centro del
mundo o de la vida del otro. Y eso es lo complicado. Lo siniestro, lo perverso,
lo terrible es la egolatría, no el egocentrismo. Porque el ególatra (egolatría
quiere decir deificar el yo) cree que es un Dios, se cree superior. El problema
empieza en cuanto algunos suponen que los demás tienen la obligación de
quererlos a ellos. Una cosa es que yo sepa ser el centro del mundo en el que
vivo, y que Sara es el centro del mundo donde vive ella, y que Miguel es el
centro del mundo donde vive, y que Susana es el centro de su mundo, y otra cosa
muy diferente que yo crea que soy el centro del mundo donde viven todos
ustedes. Eso es egolatría, eso es vanidad eso es lo que no sirve.
Pero tampoco
sirve despreciarse dejando que el otro sea el centro de la vida de uno. Si yo
decido que José sea el centro de mi vida no importa a qué distancia ande yo de
José, siempre estaré girando alrededor de él. Si el dinero que gano es el
centro de mi existencia, mi existencia girara alrededor del dinero. Lo mismo
ocurre con el poder, con el sexo o con la gloria. La única manera de no vivir
girando alrededor de alguien es ser el centro de mi propia vida. El centro de
mi propio mundo. Y entonces, cuando yo sé esto y José lo sabe, y José y yo nos encontramos
seremos dos mundos que se encuentran, el mío con centro en mí y el de José con
centro en él.
El amor no está EN
nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia...
Si te amo, lo mejor que puedo hacer es bajar para construir la manera en que
los dos vivamos juntos el mayor de los placeres: el encuentro. Un encuentro
donde tú sepas que estoy al lado porque me quiero y me prefiero; y donde yo
sepa, que estás al lado mío porque, haciendo uso de tus mejores egoísmos, me
elegiste para estar contigo”.