Pasó el ángelus y, tan repentino como los suspiros, me encontré sin tu abrazo, sin tu risa, sin tus rizos que fueron títeres del viento. Me encontré de brazos cruzados, en ojos tormenta, en corazón tsunami. Me encontré de manos abiertas y alma cerrada; lacerada. Me encontré.
Como resonancia, como efecto colateral del amor infinito, ¡Me encontré! ¡Y tú no estabas en mi hallazgo! Por primera vez, tú ya no eras faro y yo comenzaba a navegar.
Y aunque lo supe de inmediato, necesité las palabras, necesité escuchar que no te volvería a ver, que tu voz retumbaría por siempre entre mis sienes, que te llevaría en el útero y la piel. Quise aullar. Quise gritar tanto, tanto, tanto, que me tapé la boca y exhalé silencio. Quise golpearlo todo, romperlo todo porque ese todo no alcanzaba a romperme a mí.
Logré dudar de mi capacidad de ser humana. Por primera vez, comprendí lo que tantas veces me dijeron de niña: Yo veo la tempestad y no hinco.
Nunca supe hacerlo. Siempre lo olvidé.
Y ya no sé si la tinta en mis dedos es mi llanto humano o rezagos de la personalidad que ante tu ausencia me creé.
Cariño, ni siquiera es domingo y otra vez se me atoró tu recuerdo en el pecho, en las manos, en las piernas que me pesan como agua estancada y no me dejan avanzar.
Suéltame. Déjame ir.
Por una vez, quiero disfrazarme de persona e ir con la corriente. Quizá así pueda sacarte de mis entrañas y, después de tantos años, termine de llover".
- María Aydanez Ramona, Malaci (En memoria a los caídos)
Elena Delgado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario