Siempre hay algo que hacer, algo que leer, algún sitio que visitar, algún acontecimiento que disfrutar, alguna película que ver, alguna canción que escuchar, algo nuevo que aprender… siempre hay algo.
Estímulos, estímulos y más estímulos.
Parece como si estuviéramos a punto de morir y todas estas cosas que nos quedan por hacer fueran como las descargar eléctricas de un desfibrilador.
Pero estas descargas son agresivas, agotadoras, muchas veces intrusivas… se amontonan en listas de cosas por hacer, en agendas, en notas olvidadas tarde o temprano. Tenemos que tener cosas que hacer, porque si no llega el vacío, el silencio, llega la conciencia de que estamos vivos y no sabemos por qué, no sabemos cuál es la causa de nuestra existencia, no sabemos si existe un Dios con un plan, un sistema de reencarnación que nos asegure una explicación… tenemos estas teorías y tantísimas otras, pero ninguna acaba de convencernos a la mayoría. Siempre hay dudas, siempre.
De lo único que, creo, no hay duda, es que dentro de cada uno de nosotros hay un corazón que late, unos pulmones que se llenan y vacían, unas venas que vibran, unos músculos que se estiran y encogen, unos ojos que bailan constantemente, una piel que muda cada cierto tiempo, pelo que se mueve con el viento, pies que caminan sobre la tierra, y manos que tocan todo aquello a su alrededor, que persiguen, que mueven, que construyen y destruyen, que transforman, que van siempre buscando. Buscan algo que agarrar, algo que tocar, buscan el contacto que trae consigo la certeza de que seguimos en el mundo físico.
Con todo esto en mi mente, yo intento sin embargo, escuchar el silencio, escuchar el vacío, el latido, la vibración interna que, sin palabras, sabe qué hacer, sabe porque es y está en sí. Sabe, sin más. Es ella misma, sin más.
Yo quiero ser yo misma, sin más, a través de ella, sin más.
Porque ella es lo que soy. Yo soy lo que ella es.
Elena Delgado - Memorias de Hamburgo.

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