Ella abrió su rasgado libro de economía de la escuela de adultos, y de éste cayó sin previo aviso un zapato de cristal. Mientras hacía flexiones en el gimnasio para intentar eliminar esos molestos michelines, rodó a su lado una manzana, que escondía bajo la brillante piel roja una muerte segura. Una noche, mientras dormía después de haber pasado todo el día luchando contra el abatimiento de la rutina del trabajo en esa triste teleoperadora, sintió como unos labios la besaban con la intención de despertarla de su letargo. Y a la mañana siguiente, mientras se peinaba, encontró en su cepillo un cabello que podría haber medido más de 10 metros. Y eso no es todo… al salir de casa camino al supermercado más barato de la zona decidida a comprar sólo lo necesario para el día siguiente, encontró una rosa en el jardín del vecino, que parecía extrañamente brillante, mágica. Por si eso no fuera suficiente, mientras volvía a casa cargando con las bolsas, como siempre, sin ayuda de sus tres malcriados hijos, un gato encaramado a un árbol parecía que la observaba, burlón. Decidida a darse un baño para relajarse y dejar de tener alucinaciones e ideas un poco extrañas, al sumergirse en el agua algo destemplada debido a la birria de calentador que tenía, empezó a sentir como un hormigueo en sus piernas, y creyó ver que estas se juntaban formando una larga cola de sirena… se echó agua en la cara para despejarse de esas ideas absurdas… ¿qué demonios le pasaba?
Tomó la decisión de echarse un rato en la cama, y reflexionar sobre todo aquello… ¿a qué le recordaba…? ¿Qué conexión había…?
Y recordó… recordó que antes de volverse una mujer adulta, seria, responsable y realista, crítica y defensora del feminismo, antes de todo esto, había estado tragando día tras día cuentos de hadas e imaginándose bailando en un gran salón de un palacio real, volando sobre el suelo sin conciencia del tiempo ni del espacio, en el bosque, cantando con los animales, en lo alto de su torre, viendo al príncipe llegar y dejando caer su pelo para ser rescatada, transformando a la bestia de su marido en un príncipe azul, nadando bajo el mar, libre del peso de su vida, o viviendo en un país donde no hacía falta planear o ahorrar, todo iba surgiendo y no hacía falta buscar el sentido de nada porque claramente éste no existía… sí. Tantos años después, y ahora eso volvía. Porque eso era lo que pretendían. Que confiásemos y creyésemos que, con mantenernos guapas y hacernos las tontas, nuestra vida sería como la de ellas, un cuento de hadas… Pero hemos despertado del letargo, hemos dejado de fantasear, de soñar, nos hemos liberado y les hemos liberado también a ellos de la carga de ser príncipes azules para princesas Disney, para ser hombres honestos y mujeres independientes.
Elena Delgado.

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