Muy diversas opiniones, todas interesantes, todas con un punto en común: es dañino.
Es un tema muy extenso, pero desde mi punto de vista y experiencia personal es extraordinariamente necesario que todos y cada uno reflexionemos acerca de nuestra propia concepción del amor, nuestras expectativas, exigencias, anhelos, ilusiones y prejuicios.
Yo he tenido la suerte de contar en mi vida con varias personas que me han abierto el entendimiento ante tales engaños que se ceban con la figura femenina y aplastan a la figura masculina.
Esta noche os dejo esta muy acertada apreciación de Sergio Sinay (http://www.lanacion.com.ar/1751976-el-amor-feliz) que llegó hasta mí a través de las redes, y ahora a vosotros.
¡Disfrutad!
"El amor feliz no tiene historia. Esto afirma el filósofo suizo Denis de Rougemont (1906-1985) en su clásico ensayo El amor y Occidente. Sólo el amor mortal es novelesco, continúa,y es el que está siempre amenazado por la imposibilidad, por la prohibición, por la distancia, por la finitud.
El que se vive con el corazón en la boca.
El amor pasión, en fin, en el que se muere a cada segundo.
Ahí están Romeo y Julieta, Casablanca, Titanic, Los puentes de Madison, Love Story y tantas novelas y telenovelas para probarlo. Y, si no, basta con parar la oreja y escuchar diálogos y confesiones.
Las personas que cuentan sus penurias, incertidumbres y agonías amorosas superan largamente en número a las que narran, sencillamente, su armonía, su compañerismo de pareja, su alegría por una vida en común que no está continuamente en crisis o amenazada. Y ante este panorama abundan las recetas para incentivar, renovar o reencender la pasión en la pareja. Hay casi tantas, o más, como las que prometen reducir el peso o postergar las arrugas.
Sin embargo, volviendo a de Rougemont, la pasión de amor significa una desgracia. En nuestros días otro filósofo, el francés André Comte-Sponville, explica lúcidamente por qué. En Ni el sexo ni la muerte señala que el amor pasión es puro Eros. Necesidad de posesión, de que el otro no se aleje ni un centímetro. Es echar de menos, es temor a perder y, por lo tanto, es arder en cada encuentro. Un amor que se basa en el deseo, pero el deseo no se colma nunca, por lo tanto nunca se es feliz, ya que la felicidad está emparentada con el logro. ¿Cuándo murió la pasión?, se preguntan algunas parejas. Cuando estuvieron seguros de tenerse. El amor pasión se basa en lo que falta o en lo que se teme perder, por eso su fuego pide más y más leña, hasta que ya no queda nada para quemar. Entonces, cuando la montaña rusa emocional da paso a la certeza, la calma, la posibilidad de prever, quienes han confundido amor con pasión caen en el tedio. Con la certidumbre y la convivencia muere el enamoramiento. Entonces es posible el amor.
¿No son acaso lo mismo? No. Uno es ilusión e inseguridad. El enamorado ama a quien cree amar, imagina cómo es su amado o amada, pero en verdad lo desconoce. Por eso teme perderlo, se aferra, busca la fusión que le dé seguridad, tiene miedo de que la llama se apague. El amor, en cambio, se forja en el tiempo, es conocimiento mutuo. Quien ama, ama al otro como es, no como lo quisiera. Y no sólo conoce a quien ama, sino que a través de esa persona ha aprendido a conocerse a sí mismo. Para sostener un vínculo sobre la única base de la pasión tiene que haber incertidumbre, carencia y peligro permanente. Todo lo que el amor viene a calmar. “En una pareja feliz escribe Comte-Sponville, cada una de las partes conoce a la otra muy bien, ¡y aun así la quiere!” Ese amor incluye confianza, amistad, autonomía, respeto. Todos ingredientes que alimentan una sexualidad gozosa, renovada, confiable, despojada de la angustia por la temida fugacidad.
Esto tiene menos que ver con Eros, aunque lo contiene, que con Philia, como nombraban los griegos al amor que no se centra en lo que falta, sino en lo que existe. Un amor que no necesita fusión, sino que se nutre de la alegría por la simple existencia del otro, del otro tal como es. Menos pasión, desde este punto de vista, no es menos amor, sino más. No se trata ya de fundirse en un lecho sino de acompañarse en una vida. Todo un desafío en estos tiempos de ansiedad, de obsolescencia programada (como la de la mayoría de los objetos que usamos), de brevedad, de impaciencia, de más presencia virtual que real. El desafío de darle historia al amor feliz".
Sin embargo, volviendo a de Rougemont, la pasión de amor significa una desgracia. En nuestros días otro filósofo, el francés André Comte-Sponville, explica lúcidamente por qué. En Ni el sexo ni la muerte señala que el amor pasión es puro Eros. Necesidad de posesión, de que el otro no se aleje ni un centímetro. Es echar de menos, es temor a perder y, por lo tanto, es arder en cada encuentro. Un amor que se basa en el deseo, pero el deseo no se colma nunca, por lo tanto nunca se es feliz, ya que la felicidad está emparentada con el logro. ¿Cuándo murió la pasión?, se preguntan algunas parejas. Cuando estuvieron seguros de tenerse. El amor pasión se basa en lo que falta o en lo que se teme perder, por eso su fuego pide más y más leña, hasta que ya no queda nada para quemar. Entonces, cuando la montaña rusa emocional da paso a la certeza, la calma, la posibilidad de prever, quienes han confundido amor con pasión caen en el tedio. Con la certidumbre y la convivencia muere el enamoramiento. Entonces es posible el amor.
¿No son acaso lo mismo? No. Uno es ilusión e inseguridad. El enamorado ama a quien cree amar, imagina cómo es su amado o amada, pero en verdad lo desconoce. Por eso teme perderlo, se aferra, busca la fusión que le dé seguridad, tiene miedo de que la llama se apague. El amor, en cambio, se forja en el tiempo, es conocimiento mutuo. Quien ama, ama al otro como es, no como lo quisiera. Y no sólo conoce a quien ama, sino que a través de esa persona ha aprendido a conocerse a sí mismo. Para sostener un vínculo sobre la única base de la pasión tiene que haber incertidumbre, carencia y peligro permanente. Todo lo que el amor viene a calmar. “En una pareja feliz escribe Comte-Sponville, cada una de las partes conoce a la otra muy bien, ¡y aun así la quiere!” Ese amor incluye confianza, amistad, autonomía, respeto. Todos ingredientes que alimentan una sexualidad gozosa, renovada, confiable, despojada de la angustia por la temida fugacidad.
Esto tiene menos que ver con Eros, aunque lo contiene, que con Philia, como nombraban los griegos al amor que no se centra en lo que falta, sino en lo que existe. Un amor que no necesita fusión, sino que se nutre de la alegría por la simple existencia del otro, del otro tal como es. Menos pasión, desde este punto de vista, no es menos amor, sino más. No se trata ya de fundirse en un lecho sino de acompañarse en una vida. Todo un desafío en estos tiempos de ansiedad, de obsolescencia programada (como la de la mayoría de los objetos que usamos), de brevedad, de impaciencia, de más presencia virtual que real. El desafío de darle historia al amor feliz".
Sergio Sinay
Elena Delgado

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