“Siddharta, en el amor, todavía era un chiquillo inclinado a hundirse con ceguera insaciable en el placer, como en un precipicio. Kamala le enseñó, desde el principio, que no se puede recibir placer sin darlo; que todo gesto, caricia, contacto, mirada, todo lugar del cuerpo, tiene su secreto, que al despertarse produce felicidad al entendido. También le dijo que los amantes, después de celebrar el rito del amor, no pueden separarse sin que se admiren mutuamente, sin sentirse a la vez vencido y vencedor; de ese modo, ninguno de los dos notará saciedad, monotonía, ni tendrá la mala impresión de haber abusado o de haber padecido abuso. Pasaba Siddharta maravillosas horas con la bella mujer; se convirtió en su discípulo, su amante, su amigo. Allí, junto a Kamala, encontraba el valor y el sentido a su vida, no en los negocios de Kamaswami”

“Realmente, el alma de Siddharta no se hallaba en el comercio. Los negocios eran buenos para lograr el dinero para Kamala, y le proporcionaban mucho más de lo que necesitaba. Por lo demás, el interés y la curiosidad de Siddharta sólo recaía en las personas, mas sus negocios, oficios, preocupaciones, alegrías y necedades, podían serle tan extraños y lejanos como la luna. A pesar de la facilidad que tenía para alternar con todos, para vivir y aprender de todos, Siddharta notaba que existía algo que le separaba de los otros: su ascetismo. Observaba que los humanos vivían de una manera infantil, casi animal, que él a la vez amaba y despreciaba. Los veía esforzarse, sufrir y encanecer por asuntos que no merecían ese precio: por dinero, pequeños placeres y discretos honores; contemplaba cómo se insultaban mutuamente, se quejaban de sus penas, de las que un samana se reía, y sufrían por algo que a un samana tiene sin cuidado. Siddharta acogía a todas las personas. Daba la bienvenida al comerciante que le ofrecía tela, al que estaba cargado de deudas y buscaba un crédito, al mendigo que durante una hora le explicaba la historia de su pobreza, a pesar de que no era la mitad de pobre que un samana. No diferenciaba en el trato a un rico comerciante extranjero, del barbero que le afeitaba o del vendedor ambulante que le engañaba en el cambio de las pequeñas monedas. Cuando Kamaswami se le quejaba de sus preocupaciones o le reprochaba algún negocio, él escuchaba con curiosidad, serenamente; luego se asombraba, intentaba entenderle, le daba un poco la razón -únicamente la que le parecía imprescindible-, y le dejaba para ocuparse del siguiente asunto”

“Realmente, el alma de Siddharta no se hallaba en el comercio. Los negocios eran buenos para lograr el dinero para Kamala, y le proporcionaban mucho más de lo que necesitaba. Por lo demás, el interés y la curiosidad de Siddharta sólo recaía en las personas, mas sus negocios, oficios, preocupaciones, alegrías y necedades, podían serle tan extraños y lejanos como la luna. A pesar de la facilidad que tenía para alternar con todos, para vivir y aprender de todos, Siddharta notaba que existía algo que le separaba de los otros: su ascetismo. Observaba que los humanos vivían de una manera infantil, casi animal, que él a la vez amaba y despreciaba. Los veía esforzarse, sufrir y encanecer por asuntos que no merecían ese precio: por dinero, pequeños placeres y discretos honores; contemplaba cómo se insultaban mutuamente, se quejaban de sus penas, de las que un samana se reía, y sufrían por algo que a un samana tiene sin cuidado. Siddharta acogía a todas las personas. Daba la bienvenida al comerciante que le ofrecía tela, al que estaba cargado de deudas y buscaba un crédito, al mendigo que durante una hora le explicaba la historia de su pobreza, a pesar de que no era la mitad de pobre que un samana. No diferenciaba en el trato a un rico comerciante extranjero, del barbero que le afeitaba o del vendedor ambulante que le engañaba en el cambio de las pequeñas monedas. Cuando Kamaswami se le quejaba de sus preocupaciones o le reprochaba algún negocio, él escuchaba con curiosidad, serenamente; luego se asombraba, intentaba entenderle, le daba un poco la razón -únicamente la que le parecía imprescindible-, y le dejaba para ocuparse del siguiente asunto”
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