Empezar con esta entrada ha sido algo complicado para mí. Mis sentimientos, fruto de tantos años de educación formal, no son agradables. Más bien al contrario.
Siempre atersoraré recuerdos hermosos, pero estos se hunden ante la autoimagen de la desesperación, la soledad y el tedio.
Siento que tantos años de enclaustramiento bajo aquellas paredes, de horas muertas sentada, de aburrimiento mortal han matado poco a poco mi creatividad, que ahora pugna por quitarse de encima todo el peso de las descalificaciones y las desilusiones.
Y no, los compañeros nunca fueron un problema.
Lo fueron mis profesores.
Y de ellos, nuestro sistema educativo, que se empeña en hacernos creer una mentira. Una mentira que está tirando por el precipicio preciosos años desde la infancia hasta la adultez.
Años de descubrimiento, de energía, de emociones y sentimientos abrumadores y hermosos, de autodescubrimiento, de desarrollo de la identidad y la personalidad que se ven aplastados por la rigidez, la monotonía y la frialdad.
He de ser sincera, y muy a mi pesar decir que apenas si recuerdo algo de lo que memoricé en lo que fueron 18 años de escuela, instituto y universidad...¿No es acaso, descorazonador?
Porque no aprendemos, memorizamos, que es algo muy distinto. Y la memoria es selectiva, y pocos recuerdos pasan a la fase del largo plazo. Si no son útiles y prácticos, los desechamos.
Por ello, siempre que me encuentro hablando con alguien sobre educación, surgen en mis sentimientos diversos, pero los más patentes son la tristeza y la rabia. Por mí. Y por todas aquellas personas que se sintieron y sienten como yo y siguen siendo cómplices de este crimen.
Qué falta hace que nos enseñen, en esas 8 horas diarias, a desarrollar un pensamiento crítico, a conocer y manejar nuestras emociones, sentimientos, límites, potencialidades, deseos y miedos.
Por supuesto el tener un conocimiento general es un cimiento indiscutible, pero el material de éste es tan barato que en cualquier momento se ve desquebrajado e inutilizado por la realidad de un mundo laboral y social exigente, cambiante y muy dinámico.
Aún así no pierdo la esperanza en la tendencia intrínseca del ser humano a una actualización hacia la mejora de sí mismo y por lo tanto de la sociedad.
Elena Delgado.
