Aquí os dejo alguna de las partes que si bien pongo aquí es porque no puedo copiar todo el libro, pues todas sus páginas son dignas de admiración:
Fundación religiosa del racismo
Noé se emborrachó celebrando la llegada del
arca al monte Ararat. Despertó incompleto. Según una de las diversas versiones
de la Biblia, su hijo Cam lo había castrado mientras dormía. Y esa versión dice
que Dios maldijo a Cam y a sus hijos y a los hijos de sus hijos, condenándolos
a la esclavitud por los siglos de los siglos. Pero ninguna de las diversas
versiones de la Biblia dijo que Cam fuera negro. África no vendía esclavos
cuando la Biblia nació, y Cam oscureció su piel mucho tiempo después. Quizá su
negritud empezó a aparecer allá por los siglos once o doce, cuando los árabes
iniciaron el tráfico de esclavos desde el sur del desierto, pero seguramente
Cam pasó a ser del todo negro allá por los siglos dieciséis o diecisiete,
cuando la esclavitud se convirtió en el gran negocio europeo. A partir de
entonces se otorgó prestigio divino y vida eterna al tráfico negrero. La razón al servicio de la religión,
la religión al servicio de la opresión: como los esclavos eran negros,
Cam debía ser negro. Y sus hijos, también negros, nacían para ser esclavos,
porque Dios no se equivoca. Y Cam y sus hijos y los hijos de sus hijos tendrían
pelo motudo, ojos rojos y labios hinchados, andarían desnudos luciendo sus
penes escandalosos, serían aficionados al robo, odiarían a sus amos, jamás
dirían la verdad y dedicarían a las cosas sucias su tiempo de dormir.
Romanas
Cicerón había explicado que las mujeres debían
estar sometidas a guardianes masculinos debido a la debilidad de su intelecto.
Las romanas pasaban de manos de varón a manos de varón. El padre que casaba a
su hija podía cederla al mando en propiedad o entregársela en préstamo. De
todos modos, lo que importaba era la dote, el patrimonio, la herencia: del
placer se encargaban las esclavas. Los médicos romanos creían, como
Aristóteles, que las mujeres, todas, patricias, plebeyas o esclavas, tenían
menos dientes y menos cerebro que los hombres y que en los días de menstruación
empañaban los espejos con un velo rojizo. Plinio el Viejo, la mayor autoridad
científica del imperio, demostró que la mujer menstruada agriaba el vino nuevo,
esterilizaba las cosechas, secaba las semillas y las frutas, mataba los
injertos de plantas y los enjambres de abejas, herrumbraba el bronce y volvía
locos a los perros.
Hindúes
Mitra, madre del sol y del agua y de todas las
fuentes de la vida, fue diosa desde que nació. Cuando llegó a la India, desde
Babilonia o Persia, la diosa tuvo que hacerse dios. Unos cuantos añitos han
pasado desde la llegada de Mitra, y todavía las mujeres no son muy bienvenidas
en la India. Hay menos mujeres que hombres. En algunas regiones, ocho por cada
diez hombres. Son muchas las que no culminan el viaje, porque mueren en el
vientre de la madre, y muchas más las que son asfixiadas al nacer. Más vale
prevenir que curar, y las hay muy peligrosas, según advierte uno de los libros
sagrados de la tradición hindú: —Una mujer lasciva es el veneno, es la
serpiente y es la muerte, todo en una. También hay virtuosas, aunque las buenas
costumbres se están perdiendo. La tradición manda que las viudas se arrojen a
la hoguera donde arde el marido muerto, pero ya quedan pocas dispuestas a
cumplir esa orden, si es que alguna queda. Durante siglos o milenios las hubo,
y muchas. En cambio, no se conoce, ni se conoció nunca, en toda la historia de
la India, ningún caso de un marido que se haya zambullido en la pira de su difunta
mujer.
El arte de la guerra
Hace veinticinco siglos, el
general chino Sun Tzu escribió el primer tratado de táctica y estrategia
militar. Sus sabios consejos se siguen aplicando, hoy día, en los campos de
batalla y también en el mundo de los negocios, donde la sangre corre mucho más.
Entre otras cosas, el general decía:Si eres capaz, finge incapacidad. Si eres
fuerte, exhibe debilidad. Cuando estés cerca, simula que estás lejos. No
ataques nunca donde el enemigo es poderoso. Evita siempre el combate que no
puedas ganar. Si estás en inferioridad de condiciones, retírate. Si el enemigo
está unido, divídelo. Avanza cuando no te espere y por donde menos te espere,
lanza tu ataque. Para conocer al enemigo, conócete.
Epicuro
En su jardín de Atenas,
Epicuro hablaba contra los miedos. Contra
el miedo a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso. Es pura vanidad,
decía, creer que los dioses se ocupan de nosotros. Desde su inmortalidad, desde
su perfección, ellos no nos otorgan premios ni castigos. Los dioses no son
temibles porque nosotros, efímeros, mal hechos, no merecemos nada más que su
indiferencia. Tampoco la muerte es temible, decía. Mientras nosotros somos,
ella no es; y cuando ella es, nosotros dejamos de ser. ¿Miedo al dolor? Es el
miedo al dolor el que más duele, pero nada hay más placentero que el placer
cuando el dolor se va. ¿Y el miedo al fracaso? ¿Qué fracaso? Nada es suficiente
para quien lo suficiente es poco, pero ¿qué gloria podría compararse al goce de
charlar con los amigos en una tarde de sol? ¿Qué poder puede tanto como la
necesidad que nos empuja a amar, a comer, a beber? Hagamos dichosa, proponía
Epicuro, la inevitable mortalidad de la vida.
Elena Delgado
